Amo la lluvia que derrama tu pelo los viernes a la hora del crepúsculo
cuando cansada, te sientas
en la otra punta de la estancia.
Te miro bien las gotas que resbalan
por el blanco vestido transparente
y se hunden
irremisiblemente entre
tus dos pechos tibios.
Amo esa dama del siglo dieciocho asomada a los balcones del suicidio y
del sueño.
¿qué oyes en las espesas frondas inextricables?
¿qué pájaro agorero te espera en las afiladas rocas que reposan sobre
abismos oscuros.?
No soy el caballero andante
que quiere conseguir ínsulas de amor o librar batallas
en campos escaldados por el sol.
Soy el caballero
que se ha encerrado
en una torre para amarte,
hasta enloquecer si es preciso,
entre los
despojos de
catedrales góticas abandonadas,
persiguiendo figuras ataviadas de
blanco
como tú
siguiéndote con carreras lentas de pesadillas cuando mis piernas
son dos robustos robles centenarios afincados en lo eterno.
Amo el gesto de tus dedos
pasando las hojas del libro que me atormenta en las noches de ladridos.
Amo la fruta temprana
de tus labios cuando arrecia la tormenta de otro tiempo. ¿qué saben
del silencio
las abadias?
¿qué sabe la lluvia pasajera del cuerpo que acaricia? ¿Y qué sabe esa
dama que miro
y no está en la otra punta de la estancia?
Javier Duarte
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