Las estatuas se agrupan en noches de almizcle,
sentadas sobre si en parques, tejados, estrellas,
sobre una mujer que tiembla
en cabinas de sudor y urgencias
y hace temblar dedos y cuerpos y viceversas.
Sus voces inmemoriables se resquebrajan en el
gozne de las camas.
Silencios.
No hay estatuas dormidas ni paredes sofocantes.
Sólo
una sinfonía de orgasmos y pianos y notas adicionales.
Javier Duarte
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