Sólo hasta que vino el dios Wagner
el suicidio era el ruido de los acantilados,
averno abrupto, donde los brazos desmembrados,
las voces se rompían en el sueño de las olas desconcertadas.
Ahora,
los amantes bajan a la playa desnudos a oír el lento eco de las caracolas
bajo las aguas
donde aparecen estrellas como violines,
o a mirar batutas fugaces sobre el féretro-viento del cielo
donde aparecen senos, senos muy blancos como de ahogadas sirenas.
Javier Duarte
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