Hoy me
he comprado un flexo nuevo que he adosado a mi mesa.
Pero no me sirve.
Dame,
amada, la luz que solía derramar esos ojos en las tardes de piano y de lluvia.
Hoy me
he sentado en la mesa para hacer memoria de mi memoria
pero no me acuerdo de
nada.
¿Dónde
están esos dedos que escribían sobre mi espalda caligrafría en las
buhardillas de la infancia?
¿Dónde está la luz, la luz infame de tus
ojos?
¿Cómo no
imaginar la horizontalidad de los cuerpos-el tuyo y el mío- es decir la
simetría del deseo-te quiero?
Hoy bajé
a la tienda a comprar otra patria, pero me comenté el tendero: “acabo de vender
la última tierra de nadie” y no hay
más terruño que repartir.
Agaché
la cabeza apesadumbrado, me miré y pregunté con desconfianza: “deme, deme, un
corazón nuevo”
Y me contestó:
“el último se lo llevó una mujer. Le aseguro que se le parecía a usted”.
A continuación apagué el flexo y
pensé que al menos poseía un espacio: la oscuridad.
Javier Duarte
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