domingo, 3 de enero de 2010

La vida de Eugenio Zaldívar (XXIV)



En el rastro

Hay personas que piensan que el mundo se encuentra en su habitación, en su salón. Otras en su ombligo. Hay quienes se quedan para siempre en su comunidad de vecino o poco más allá de los límites de su barrio. Las hay que pasean cerca del mar y crean su mundo en un silencio contemplativo. Personas que ciñen sus vidas a las redes sociales e internet. ¡Cuántas que su pueblo o su ciudad es el centro del universo!

De pequeño me gustaba pensar cómo era el planeta, es decir el mundo, cómo era cuando todos los continentes estaban unidos. Seguramente no había guerra por fronteras ni posesiones. Hoy domingo mis piernas me llevaron al rastro, al mercado y me quedé allí casi toda la mañana mirando los puestos, mirando a la gente y francamente me pareció que todo aquello era una mínima representación de la humanidad: razas distintas, hablas diferentes, gentes de todas las clases sociales, niños, adultos con sombrero, variedad en la indumentaria, en los ojos, en la forma de mirar, caminar. Y determiné que el planeta es pequeño, que el mundo imaginario no es un globo gigantesco sin límites; que puedes viajar dentro de un mercadillo y reconocer que científica y folclóricamente todos somos iguales a pesar de cuánta pasta tengas en el bolsillo. Lo que cambia son las circustancias, tan solo el sitio de nacimiento que la buena o mala suerte te destinó. El mundo, es decir la humanidad entera, deberíamos percibirlo así cómo cuando uno deambula por un mercado y si te fijas verás todos los continentes unidos y no pasa nada sino tan solo...el tiempo.

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